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Tesis para una filosofía de la historia (página 2)



Partes: 1, 2

 

Ya Hegel, a su
manera, había descubierto esto. En sus lecciones sobre la
filosofía de la historia
universal había descubierto el hecho de que el
historiador aplica el método
reduccionista y apriorístico en este campo, es decir elige
en el terreno de la historia los hechos que les
son convenientes para argumentar su teoría
y desprecia todos aquellos que les son desfavorables o
insignificantes (para argumentar su punto de vista), reduciendo
de esta forma el material a lo esencial, de modo que va
pertrechado con un concepto
apriorístico en relación a la
investigación histórica. Hegel insiste en que
para separar lo esencial de lo inesencial en el material de
la ciencia
histórica, es decir para hacer la reducción, hay
que introducir a priori la idea de lo que es esencial (lo que
para él no es otra cosa que la conciencia de la
libertad y las
determinaciones de esta conciencia en su evolución), como algo que se encuentra
fuera del objeto de la ciencia
(2).

El paradigma de
la ciencia histórica es, por ahora, sustancialmente
distinto del paradigma de las ciencias
naturales. Las ciencias
naturales se separaron definitivamente de la filosofía,
creando su cuadro científico del mundo. Las ciencias
históricas siguen siendo en parte una aplicación
del pensamiento
filosófico, aunque propendan ahora a un conocimiento
positivo. Por eso es que la concepción de la historia
tiene apellido: materialista o idealista, es marxista o es
positivista, etc. Y por eso es que aún se mantiene la
existencia de una filosofía de la historia, aunque ya no a
la manera hegeliana.

Lo que se añade ahora a la investigación histórica es el
enfoque positivo de la ciencia. Engels señalaba que de la
filosofía anterior sólo queda en pié la
teoría del pensar y sus leyes; la
lógica
formal y la dialéctica, que todo lo otro se disuelve en la
ciencia positiva de la naturaleza y
de la historia (3), haciendo alusión con ello al fin en el
sentido tradicional de la filosofía de la naturaleza y de
la historia. Aquí parece que usa el término
"positivo" en el sentido clásico del mismo, tal y como lo
aportó Comte, pues las obras fundamentales de este autor
(los 6 volúmenes del sistema de la
filosofía positiva) aparecieron todos de 1830 a 1842,
tiempo en que
Engels preparaba aún su cuadro dialéctico
materialista de la historia y de la naturaleza. Según
Comte todo lo que es positivo es cierto, pues lo positivo es lo
fundados sobre hechos bien ciertos (4). Después del
derrumbe del sistema hegeliano, ya no se trata de construcciones
especulativas; sino de la investigación positiva de los
hechos históricos por medio de la observación, el experimento, la medición, etc., científicos,
investigación que tiende a descubrir la trabazón
real de los fenómenos históricos. De modo que ya no
hay que imponer al curso de la historia un concepto inventado,
sino destilar de ésta el concepto mismo.

Ahora bien, este concepto, que se destila de los hechos,
es a su vez el filtro por donde se destilan a su vez los hechos
históricos mismos, es el recurso por medio del cual se
sustantivan hechos y se abstraen otros, es decir se hace
reducción de la concatenación histórica. De
modo que en la historiografía (o ciencia histórica)
se impone el método reduccionista, lo que no acontece en
las ciencias de la naturaleza. Este método reduccionista
hace de la historiografía (es decir, de la ciencia de la
historia) una especie de filosofía aplicada, de
aquí el llamado materialismo
histórico del marxismo.

DESARROLLO

¿Qué es la historia, cualquiera que esta
sea?, lo que se hacen los hombres los unos a los otros y lo que
le hacen a la naturaleza. Es (la historia), ante todo, la
resultante del choque de numerosas voluntades (que se proyectan
en diversas direcciones) y su múltiple influencia sobre la
realidad exterior (1). Antes se pensaba que en la naturaleza no
había historia. Por eso, se identificaba el reino de la
historia con el reino de los fenómenos sociales. Se
excluía de aquél al reino de la naturaleza. El
propio Hegel, aún bajo su concepción
dialéctica del mundo, suponía esto. Engels fue el
primero entre los filósofos que supo aplicar y exponer de
forma brillante, armoniosa y completa el enfoque histórico
a la naturaleza. Hoy sabemos que en la naturaleza hay historia,
pero quedó acuñado el término "historia"
para designar lo relativo al quehacer social. Tener historia, en
el sentido más amplio de la palabra, es describir una
trayectoria en tiempo, espacio y movimiento, de
modo tal que se surja, se desarrolle, se decline y se perezca.
Por eso es que en la naturaleza también hay historia. Pero
en este trabajo nos
interesa la historia humana. En lo sucesivo, cuando se hable de
historia, nos referiremos a la humana.

Lo primero que salta a la vista cuando se analiza el
concepto de historia, es que se trata del hacer de los hombres.
Los hombres hacen, y el hacer del hombre es lo
que entra como contenido en el concepto de historia. Cuando se
hable del quehacer humano hay que hacer distinción entre
la actividad de éste y la del animal. El animal transforma
la naturaleza por el mero hecho de estar en ella. El hombre, en
cambio, lo
hace de forma consciente. El animal, en general, no se comporta,
no tiene conducta alguna.
El hombre, en cambio, concibe como idea los fines de su
actuación, de modo que el resultado de su actividad
existía antes, previamente, en su conciencia.

Si al moverme para otros fines piso un insecto y lo
destruyo, esta transformación de la naturaleza no es
consciente. Por tanto, no es puramente humana. Es, como la del
animal, transformación de la naturaleza por el mero hecho
de estar en ella. La actividad del hombre, que entra en el
concepto de historia, es la actividad puramente humana, la
actividad consciente. Son los hombres con su actividad conciente
los que hacen la historia. Esta es la primera circunstancia que
hay que tener en cuenta cuando se analiza el concepto de
historia.

Lo segundo que salta a la vista cuando se mira la
historia es que en ella chocan múltiples voluntades, se
entrecruzan los distintos fines propuestos por los hombres, de
modo que como resultante se obtiene un hecho histórico
inconsciente. El hecho histórico es más bien no el
acto aislado y consciente de un hombre individual, sino el fruto
de la interacción de la acción
consciente de muchos hombres. La historia se hace de tal modo,
que el resultado final siempre deriva de los conflictos
entre muchas voluntades individuales, cada una de las cuales, a
su vez, es lo que es por efecto de una multitud de condiciones
especiales de vida. Son innumerables fuerzas que se entrecruzan
las unas con las otras. Son un grupo infinito
de paralelogramos de fuerza, de las
que surge una resultante –el acontecimiento
histórico-, que como un todo actúa sin conciencia y
sin voluntad. Pues lo que uno quiere tropieza con la resistencia que
le opone el otro, y lo que resulta de todo ello es algo que nadie
ha querido (5). En la historia, los agentes son todos hombres
dotados de conciencia, que actúan movidos por la
reflexión o la pasión, persiguiendo determinados
fines. Aquí, nada acaece sin una intención
consciente, sin un fin propuesto. Pero rara vez acaece lo que se
desea, en la mayoría de los casos los muchos fines
propuestos se entrecruzan unos con otros y se contradicen. Las
colisiones entre las innumerables voluntades y actos individuales
crean en le campo de la historia un estado de
cosas muy análogo al que impera en la naturaleza
inconsciente. Los fines de los actos son obra de la voluntad,
pero los resultados que en la realidad se derivan de ellos no lo
son (1). El resultado del choque de estos fines conscientes en
una resultante, que es en la práctica lo que nadie
quería, es algo inconsciente.

Para Hegel la historia está sujeta a un fin
supremo. La idea de la libertad y su realización paulatina
son en él el fin último de la historia, es decir
del espíritu humano y, con él, del espíritu
en general, una vez que lo espiritual en Hegel es lo fundamental
en lo tocante a la historia (2). Anaxágoras fue el primero
en decir que el nous, es decir el intelecto o la razón,
rige el mundo. De aquí se saca la idea de que en la
historia tiene que haber una razón, que por demás
se determina como finalidad. Esta idea es casi asumida por una
inmensa mayoría de pensadores. De Anaxágoras,
Aristóteles decía que parecía
un hombre sereno entre borrachos. El hecho de que los hombres
individuales (es decir, determinados como personas) partan en su
quehacer de determinados fines crea la apariencia de un fin
supremo en la historia. Esta idea del fin último en la
historia se saca por analogía de la conducta
humana.

Rousseau comparte también este punto de vista;
del fin en la historia. Él supone la existencia de una
convención social universal o tomada por unanimidad, que
halla una forma de asociación que defiende y protege de
toda la fuerza común la persona y los
bienes de cada
asociado y por la que cada uno, uniéndose a todos, no
obedezca, sin embargo, más que a sí mismo, y
permanezca tan libre como hasta entonces. A esta finalidad en la
historia él le llama el contrato social
(6) y pasa a explicar la historia, al menos la política, con arreglo
a este fin. Es posible que en la historia haya acuerdos, pero
nunca el acuerdo será el momento dominante en la historia.
Por el contrario, es la colisión el estado
dominante. El choque de intereses, el conflicto es
lo que marca toda la
historia, al menos toda la historia escrita. Así lo
muestra esta
misma historia. En la historia chocan las distintas voluntades
formándose un paralelogramo de fuerzas del cual surge una
resultante, que es el hecho histórico, que es en la
práctica en lo fundamental lo que nadie quiere. Por tanto,
no hay un fin supremo en la historia ni un acuerdo o
convención social.

Desde este punto de vista, el proceso
histórico es inconsciente, aunque parte de actos
subjetivos y conscientes. El hecho histórico, es decir la
resultante del choque de estas muchas voluntades, es
también algo que no obedece a una voluntad supra
individual, a un acto consciente de una entidad situada por
encima de los hombres individuales. Según esta
concepción, toda la marcha de la historia
–trátese de los acontecimientos notables- se ha
producido hasta ahora de forma inconsciente. Es decir, los
acontecimientos y sus consecuencias no han dependido de la
voluntad de los hombres. Los participantes en los acontecimientos
históricos deseaban algo, como norma, diametralmente
opuesto a lo logrado. O bien, lo logrado, acarreaba consecuencias
absolutamente imprevistas (7). En fin, el proceso
histórico es un proceso inconsciente.

No puede ser de otro modo. Suponer que el proceso
histórico es consciente, es decir suponerlo como acto de
un sujeto, implicaría reconocer la existencia de una
voluntad, de una conciencia al margen y por encima del resto de
los hombres individuales, en el mejor de los casos –como en
Hegel- de una entidad espiritual objetiva, como por ejemplo una
idea absoluta. Es que el hecho histórico no se puede
derivar de la acción de un hombre individual aislado.
Él, el hecho histórico, es siempre el fruto de la
interacción de muchas voluntades. Por tanto, no es
consciente en relación al hombre aislado, y si no hay una
entidad espiritual al margen del hombre; entonces es
inconsciente. Son los hombres los que hacen su historia,
cualquiera que sean los rumbos de ésta, al perseguir cada
cual sus fines propios propuestos conscientemente. Importa, pues,
también lo que quieren los muchos individuos. La voluntad
está determinada por la pasión o la
reflexión. Pero los resortes que, a su vez, mueven
directamente a éstas, son muy diversos. Unas veces son
objetos exteriores. Otras veces son motivos ideales
(ambición, pasión por la verdad y la justicia, odio
personal,
manías individuales de todo género,
etc.) (1). Pero las voluntades chocan y los resultados de estos
choques no coinciden con lo que quiere un hombre en concreto.
Pueden ser contrarios y hasta contrapuestos. El vector resultante
es una cosa que no concuerda con los fines propuestos. El hecho
histórico es, por tanto, inconsciente.

Señalemos lo siguiente. Los hombres, a medida que
se alejan más y más del animal en el sentido
estricto de la palabra, hacen su historia en grado cada vez mayor
por sí mismos, con conciencia de lo que hacen, siendo cada
vez menor la influencia que sobre esta historia ejercen los
efectos imprevistos y las fuerzas incontroladas y respondiendo el
desarrollo
histórico cada vez con mayor precisión a fines
preestablecidos. Pero, si aplicamos esta pauta a la historia
humana vemos la gigantesca desproporción que
todavía media aquí entre los fines preestablecidos
y los resultados alcanzados. Vemos que todavía predominan
los efectos imprevistos y que las fuerzas incontroladas son
todavía mucho más poderosas que las que ponen en
acción con arreglo a un plan (8). Por
tanto, por muy importante que sea ya el factor consciente, el
proceso histórico es aún, en lo fundamental, un
proceso inconsciente.

La tercera cuestión que salta a la vista, cuando
se analiza el proceso histórico, es que éste es un
proceso en el que impera la necesidad. Es, como la naturaleza, un
proceso azaroso o casual, pero a la par necesario. Los hombres
hacen ellos mismos su historia, pero hasta ahora no con arreglo a
una voluntad colectiva ni con arreglo a un plan colectivo, ni
siquiera dentro de una sociedad dada
y circunscrita. Sus aspiraciones se entrecruzan, chocan, de modo
que cada cual quiere algo distinto, imponiéndose la
casualidad en el amasijo de circunstancias. Pero donde reina la
casualidad, se impone como forma interna suya la necesidad. Por
eso en todas estas sociedades
impera la necesidad, cuyo complemento y forma de manifestarse es
la casualidad (9). La historia se rige por leyes generales de
carácter interno. También
aquí reina en la superficie y en conjunto (pese a los
fines conscientes deseados de los individuos) un aparente azar.
Las colisiones entre las voluntades y actos individuales crean en
el campo de la historia un estado de cosas muy análogo al
que impera en la naturaleza inconsciente. Los acontecimientos
históricos parecen estar presididos por el azar. Pero,
allí donde en la superficie de las cosas parece reinar la
casualidad, ésta se halla siempre gobernada por leyes
internas ocultas (1), por la necesidad. ¿Y qué
necesidad se impone en este proceso azaroso? La necesidad que
aquí se impone (a través de la casualidad) es, al
parecer en lo fundamental, la económica (9). Más
exactamente, se imponen los móviles en forma de intereses
que emanan del proceso de producción y reproducción de la vida material, es decir
de la familia y
de la economía.

El proceso de producción y reproducción de
la vida material implica dos cosas esenciales: en primer lugar,
la reproducción del hombre como especie, es decir la
familia (la
forma organizada del comercio
sexual); en segundo lugar, la reproducción del cuerpo
biológico del propio hombre, es decir la
satisfacción de sus necesidades más elementales (la
reproducción de la fuerza de trabajo). Pero la
reproducción del hombre como especie (la
procreación biológica en la familia) se supedita
(en lo fundamental), después de entrada la
civilización (después del surgimiento de la familia
monogámica) a la propia economía. Con la entrada a
la civilización entramos a la familia monogámica
donde las razones económicas pasan a jugar un primer
plano. Por ello, aquí, (por el contrario de lo que pasaba
en el desarrollo anterior donde se imponían los nexos
familiares o consanguíneos) ya la economía somete a
la familia. Por tanto, el factor económico es
(después de entrada la civilización), en lo
fundamental, el que se impone como necesidad. Pero no como
"burda" necesidad, como "lo material" hecho sociedad; sino como
interés, como economía
concientizada. La economía se hace historia en la medida
en que el hombre la hace consciente en sus actos. Recordemos que
la historia recoge sólo los actos conscientes de los
hombres. ¿Y cómo se hace consciente la
economía?, como interés
económico.

Claro que esta tesis, la de
que la necesidad que se impone es la económica, es una
hipótesis más. Pero no es impuesta
desde fuera, como en Hegel o Rousseau; sino
destilada de los mismos hechos históricos. La forma en que
existe y se desarrolla la ciencia es la hipótesis. Se
trata, a la postre, de una constatación empírica de
un hecho que al parecer se repite todos los días y en
todos los lugares. Si se quiere encontrar el factor de la
historia, las fuerzas motrices que consciente o inconscientemente
(y con harta frecuencia inconscientemente) están en la
cabeza de los hombres hay que fijarse no tanto en los
móviles de hombres aislados, por muy relevantes que ellos
sean; sino en aquellos que mueven a grandes masas, a pueblos en
bloque, a clases enteras. Y no movimientos en explosiones
rápidas, como fugaces hogueras de paja; sino en acciones
continuadas, que se traducen en cambios históricos. Hay
que indagar las causas determinantes que se reflejan en la cabeza
de los hombres (de las masas) que actúan y en la de sus
jefes (los llamados grandes hombres) como móviles
conscientes, de manera clara o confusa, en forma directa o bajo
de un ropaje ideológico (1). ¿Y cuáles son
estas ideas, estos móviles? Las razones económicas,
los intereses económicos.

Desde este punto de vista, la economía se impone
de forma estadística en el mazo de acontecimientos
históricos. Por otra parte, cuánto más
alejados estemos de la economía más casualidades
advertiremos. Pero si se traza una curva se verá que
cuanto más largo sea el período histórico y
cuánto más extenso sea el campo de estudio,
más paralelamente discurrirá esta curva al eje del
desarrollo
económico (9). El problema estriba en que las
casualidades se compensan. Lo que aquí es una casualidad
en una dirección, en la otra es una casualidad en
dirección opuesta, de modo que al final la resultante del
vector histórico coincide con el vector
económico.

Reconocer que el factor económico es le que se
impone a la postre en el accionar histórico implica
admitir que la historia es, también, un proceso
multifactorial. Si la economía se impone, es porque las
otras razones juegan también su papel. La norma es siempre
el cálculo
de las más disímiles desviaciones. Del hecho de que
las distintas voluntades individuales (cada una de las cuales le
apetece aquello a que le impulsa su constitución física y una serie de
circunstancias externas) no alcancen lo que desean, sino que se
fundan todas en una media total, en una resultante común,
no debe inferirse que estas voluntades sean igual a cero. Por el
contrario, todas contribuyen a la resultante y se hallan, por
tanto, incluidas en ella (5). La economía se impone, por
ello, en este plano de análisis de forma
estadística.

Según esta concepción, el factor que en
última instancia determina en la historia es la
producción y la reproducción de la vida real, de la
vida material, es decir la familia y la economía, en
especial (como vimos) la economía. Pero bajo la forma de
intereses, de motivación subjetiva en forma de toma de
conciencia. Esta tesis no se puede tergiversar diciendo que el
factor económico es el único determinante. La
situación económica es la base, pero los otros
factores (los de la superestructura), que sobre ella se levantan
(la política, el derecho, la filosofía, etc.)
ejercen también su influencia sobre el curso de la
historia. Es un juego mutuo de
acciones y reacciones entre todos estos factores en el que acaba
siempre imponiéndose la necesidad económica (5). El
desarrollo político, jurídico, filosófico,
religioso, etc., descansa en el desarrollo económico (es
decir, el modo como los hombres de una determinada sociedad
producen el sustento para su vida y cambian entre sí los
productos).
Pero todos ellos repercuten los unos sobre los otros y sobre la
base económica. No es que la situación
económica sea la única causa, lo único
activo, y todo lo demás, efectos puramente pasivos. Hay un
juego de acciones y reacciones, sobre la base de la necesidad
económica, que se impone siempre, en última
instancia (9).

En cuarto lugar, el proceso histórico no es
solamente un proceso estadístico, en el cual la necesidad
se impone a través de la casualidad. Es, también,
un proceso causal, dinámico. Aquí, en la historia,
también rigen leyes dinámicas, causales.

Todo lo que hacen los hombres lo hacen partiendo de sus
ideas. Sus ideas son, pues, el móvil inmediato de su
conducta, de su acción, acción que es lo que recoge
la historia. Pero sus ideas están movidas, a su vez, por
móviles más profundos. Por eso, hay que preguntarse
qué fuerzas propulsoras actúan, a su vez,
detrás de esos móviles, qué causas
históricas son las que en la cabeza de los hombres se
transforman en esos móviles, cuáles son los
móviles de los móviles. Esta pregunta no se la hizo
nunca el materialismo
anterior al marxismo. En cambio, la filosofía de la
historia del idealismo,
fundamentalmente la representada por Hegel, reconoce que los
móviles ostensibles y aun los móviles reales y
efectivos de los hombres que actúan en la historia no son
los últimas causas de los acontecimientos
históricos, sino que detrás de ellos están
otras fuerzas determinantes (1). De modo que una
concepción materialista desarrollada después de
Hegel está en la obligación de indagar por estos
móviles. Si nos preguntamos cuáles son los
móviles de los móviles en la actividad
histórica de los hombres debemos concordar en que son otra
vez las razones económicas, los intereses
económicos.

La economía es el móvil más
profundo que podemos distinguir en la actividad histórica,
es la causa de las causas. Las condiciones
económico-objetivas de vida son el primun agens (la causa
primera). Es claro, los hombres parten en su actividad de
móviles inmediatos (de las ideas inmediatas). Pero estas
mismas ideas están precedidas, a su vez, si no son
derivables directamente de la economía, por ideales
más profundos. El ideal de justicia, el de belleza, el del
bien, etc., son, a su vez, los móviles de muchas ideas de
los hombres, ideas que después devienen en acción,
en actividad histórica. Pero si nos preguntamos de
dónde vienen a la cabeza esos ideales (los de justicia,
belleza, etc.) a los hombres nos damos cuenta que se derivan de
la economía. Pero no de la economía como algo burdo
y material; sino de la idealización de la economía,
fundamentalmente de la economía reflejada en forma de
intereses. Los ideales, por muy sublime que sean, son siempre una
expresión de los intereses económicos.

La idea de un móvil de los móviles en el
acaecer histórico es común a muchos pensadores que
vienen después de Hegel. Así lo reflejó, por
ejemplo, John Stuart Mill en su doctrina utilitaria. Para Mill la
doctrina utilitaria es que la felicidad es deseable y que es la
única cosa deseable, como fin; todas las demás
cosas son sólo deseables como medios para
este fin (10), incluyendo los principios
jurídicos. El reflejo de las condiciones económicas
en forma de principios jurídicos, por ejemplo, es
también, forzosamente, un reflejo invertido. El jurista
cree manejar normas
apriorísticas, sin darse cuenta de que estas normas no son
más que simples reflejos económicos (11). Hay que
negarle desarrollo independiente a las distintas formas
ideológicas; los conceptos del bien, de la justicia, de la
belleza, etc., no tienen un desarrollo independiente,
auténtico (12). No es que la economía se imponga
siempre como necesidad inmediata, sino que se impone
también a través de los ideales. El ideal, es decir
el concepto acerca del orden de cosas más perfecto que es
término final de las aspiraciones y actividad humana, al
imponerse hace que se imponga la economía, pues
éste, el ideal, es una expresión también de
la economía, de los intereses
económicos.

El modo de producción de la vida material
condiciona el proceso de vida social, política y
espiritual en general. Tanto las relaciones jurídicas como
las formas de estado no pueden comprenderse por sí mismas
ni por la llamada evolución general del espíritu,
sino que radican, por el contrario, en las condiciones materiales de
vida. Hay que explicar la conciencia (y las formas
ideológicas que ella porta, es decir los conceptos del
bien, de la justicia, de la igualdad,
etc.) por las contradicciones de la vida material (13), por la
forma en que los intereses materiales se imponen. Todas las ideas
que brotan en la historia solo pueden comprenderse cuando se han
comprendido las condiciones materiales de vida de la época
de que se trata y se ha sabido explicar todo aquello por estas
condiciones materiales (14). Los ideales, por muy móviles
que sean de la actividad humana, son a su vez movidos por la
economía, por los intereses económicos. Por eso, la
economía es el móvil de los móviles, es la
causa última de la historia.

En quinto lugar, la historia es un proceso conexo. Los
hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su antojo,
bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas
circunstancias con que se encuentra directamente, que existen y
trasmite el pasado. La tradición de todas las generaciones
muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los
vivos (15). No es que el hombre se proponga fines y como
consecuencia de ello y del choque de las distintas voluntades se
tenga un hecho histórico, que es la simple resultante del
paralelogramo de fuerzas que se forma. El hecho histórico
contempla la circunstancia de que se levanta sobre los
antecedentes acumulados, antecedentes que determinan en muchos
casos (sino en todos) el contenido del resultado mismo de la
acción histórica.

¿Pueden los hombres elegir libremente esta o
aquella forma social? Nada de eso. A un determinado nivel de
desarrollo de las fuerzas productivas de los hombres, corresponde
una determinada forma de comercio y de consumo. A
determinadas fases de desarrollo de la producción, del
comercio, del consumo, corresponde determinada formas de
constitución social, una determinada organización de la familia, de los
estamentos de clases. En una palabra, corresponde una determinada
"sociedad
civil" (entiéndase este término en el sentido
hegeliano). Los hombres no son libres árbitros de sus
fuerzas productivas (base de toda su historia), pues toda fuerza
productiva es una fuerza adquirida, producto de
una actividad anterior. Por tanto, las fuerzas productivas son el
resultado de la energía práctica de los hombres,
pero esta misma energía se halla determinada por las
condiciones en que los hombres se encuentran colocados, por las
fuerzas productivas ya adquiridas, por la forma social anterior a
ellas, que ellos no crean y que es producto de las generaciones
anteriores. El simple hecho de que cada generación
posterior se encuentre con fuerzas productivas adquiridas por la
generación precedente, que le sirve de materia prima
para la nueva producción, crea en la historia de los
hombres una conexión, crea una historia de la humanidad,
que es tanto más la historia de la humanidad por cuanto
las fuerzas productivas de los hombres, y, por consiguiente, sus
relaciones sociales, han adquirido mayor desarrollo
(16).

Los hombres no pueden renunciar a sus fuerzas
productivas. Pueden renunciar, sí, a las formas bajo las
cuales producen, pero no al contenido de sus fuerzas productivas.
Cada paso en la historia de la humanidad es un paso en el
progreso de sus fuerzas productivas. Por eso, los fines que los
hombres se trazan tienen que estar en sintonía con las
fuerzas productivas alcanzadas. La humanidad se propone siempre
únicamente los objetivos que
puede alcanzar, pues, bien miradas las cosas, vemos siempre que
estos objetivos sólo brotan cuando ya se dan o, por lo
menos, se están gestando, las condiciones materiales para
su realización (13). Puede suceder que un hombre aislado,
incluso un gran hombre y hasta un grupo de hombres, se proponga
fines inalcanzables. En tal caso su acción
histórica se encaminará en esa dirección.
Pero el resultado alcanzado, la resultante histórica, no
será la meta trazada
previamente, sino un hecho histórico objetivo, que
estará en concordancia con las circunstancias
históricas precedentes, con las formas sociales adquiridas
previamente, pero no con la meta trazada previamente. Los fines
pueden ser inalcanzables y hasta contrapuestos al curso de la
historia, pero los resultados siempre encajarán en este
curso de la propia historia. Y cuando no encaje de forma
inmediata, a la postre la historia da la vuelta y hace que a la
larga encaje.

La historia se hace de tal modo que cada acción
histórica, si no es un retroceso (lo que a la larga es
anulado por los hechos históricos posteriores), es una
continuación de la acción precedente, es un paso
más en la actividad histórica de la sociedad en el
camino del progreso social. Desde este punto de vista, en la
actividad histórica de los hombres se va dando la suma de
hechos consecutivos, que van empalmando los unos sobre los otros
en un progreso histórico, creando así una
sucesión, una serie de acontecimiento que van creando la
madeja social, madeja social que es la sedimentación de
muchos hechos históricos. Hasta dónde puede ser un
hombre sujeto de la historia es una cosa que depende del modo
como haga coincidir su acción histórica con el
curso de la historia.

Es que la historia tiene un curso dado, determinado por
el precedente social. No es que haya un fin preestablecido de
antemano hacia el cual tiende como necesidad la historia, como en
Hegel en el auto conocimiento de la idea absoluta; sino que el
movimiento va de lo inferior a lo superior, de lo simple a lo
complejo, de peldaño en peldaño, creando un curso
real y objetivo. Así, por ejemplo, desde finales de la
Edad Media la
historia trabajaba en el sentido de constituir en Europa grandes
estados nacionales (17). La historia hace zigzag, oscilaciones,
avances y retrocesos, etc., pero en su tendencia general se mueve
por una curva ascendente, y cada paso en esta historia es
consecuencia de las acciones anteriores, en particular de lo
alcanzado por el desarrollo de las fuerzas productivas. Son las
fuerzas productivas, en lo fundamental, las que crean una
conexión, una historia propiamente dicha en la actividad
de los hombres. Según Lenin las fuerzas productivas son el
criterio superior del progreso social (18). El desarrollo de la
formación económica de la sociedad es un proceso
histórico-natural (19).

En sexto lugar, la historia es un proceso objetivo. Si
bien es cierto que parte del acto subjetivo del sujeto
histórico, que existe en forma de hombre (pues la historia
recoge las acciones conscientes de los hombres individuales), no
es menos cierto que estas acciones se objetivan. Los hombres no
pueden actuar los unos sobre los otros de otra forma que no sea
objetivando sus intenciones. Aún bajo el supuesto de que
esta acción sea con la palabra, la palabra tiene una
envoltura material que la hace objetiva. Pero la acción
del hombre no es sólo palabra. Es acción consumada
en los actos corpóreos. Por ello, la acción humana
siempre se traduce en acto objetivante, en acto que trasluce la
realidad corpórea y sensible de lo
físico.

Pero la acción humana, aun haciendo
abstracción de lo físico, es objetiva
también por el hecho de que existe en forma de
relación social. Las relaciones sociales son objetivas. La
relación social es objetiva, aunque en ella no haya, como
dijo Marx
refiriéndose a la relación de valor, ni un
átomo
de materia
natural (19). La relación social es objetiva porque
existe, esencialmente, bajo la forma de la división social
del trabajo.

Cuando se habla de relaciones sociales hacemos
referencia no tanto a las relaciones
interpersonales (éstas tienen más de subjetivas
que de objetivas) como sí a aquellas que se entablan en el
proceso de producción y reproducción de la vida
social. Los hombres para producir no pueden dejar de asociarse,
de distribuirse el trabajo con
arreglo a lo tocante al material, los instrumentos, el trabajo
mismo y el producto del trabajo. La división del trabajo
no es otra cosa que distribuir el trabajo en lo tocante a estos
cuatro componentes, de modo que los hombres asumen una actitud los
unos para con los otros en lo tocante a estos componentes (es
decir, el objeto de trabajo, el instrumento de trabajo, el
producto del trabajo y el trabajo mismo). Asumir una
relación social significa asumir una actitud o postura en
relación a estas cuestiones.

Así, por ejemplo, unos hombres dirigen el proceso
productivo, otros lo ejecutan; unos se apropian el fruto o
producto del trabajo, otros lo carecen, etc. ¿Qué
es la propiedad
personal sobre un bien sino el reconocimiento (voluntario o
forzado) del otro del hecho de que el bien no le pertenece? La
propiedad es una postura (de acercamiento o alejamiento, etc.)
asumida en relación al objeto. Pero no tanto del hombre en
relación al objeto, sino más bien de unos hombres
con relación a otros en relación al objeto. La
división del trabajo estratifica los hombres en la
sociedad con arreglo a la forma de dividir el trabajo. Esta
estratificación de los hombres en la sociedad (en clases,
estamentos, sectores, grupos, castas,
poblaciones, etc) existe como el sistema de relaciones sociales,
estratificación que es objetiva y que se puede constatar
con la mera observación sensible. Los hombres al
estratificarse asumen relaciones o asumen relaciones
estratificándose en la sociedad. Relaciones sociales y
división social del trabajo son sinónimos, son dos
aspectos de un mismo fenómeno o dos nombres para una misma
cosa.

Y como la división social del trabajo es la forma
fundamental del desarrollo de las fuerzas productivas, entonces
la sociedad no puede renunciar al grado alcanzado por la
división social del trabajo, al menos mientras no
encuentre una forma superior de distribuir el trabajo, que supla
la forma precedente. Por eso, la producir y reproducir la vida
social y, en especial, material; los hombres producen y
reproducen el sistema de las relaciones sociales, las cuales se
tornan objetivas en relación a estos hombres. Bien miradas
las cosas, la sociedad no es otra cosa que este sistema de
relaciones sociales. Según Carlos Marx la
sociedad no está constituida de individuos, sino que se
expresa en la suma de todos los vínculos y relaciones, en
los cuales estos individuos se encuentran unos en relación
a otros (20). La instauración de esta o aquella
relación social es el verdadero hecho histórico, y
no tanto los hechos notables (de los que tanto gusta la
historiografía precedente). La relación de valor y
la de dinero son uno
de los hechos más significativos de la sociedad
contemporánea. Cada una de las relaciones sociales es un
hecho histórico más.

Hasta qué punto las relaciones sociales son
objetivas lo muestra la constitución corpórea del
estado. La policía, las cárceles, el
ejército, los tribunales, etc., son el estado real, la
política real, el derecho real, etc., y, por tanto, las
relaciones políticas
y jurídicas reales. Cada institución social (lo que
casi siempre está asociada a un cuerpo físico, como
construcciones, accidentes
geográficos, etc.) es un subsistema de relaciones sociales
más.

Aún bajo el supuesto de que hagamos
abstracción de estos cuerpos físicos (como las
construcciones) o que hagamos abstracción de la distribución geográfica de los
hombres por estratificación social, la relación
social se objetiva en la actitud que un hombre asume en
relación al otro en lo tocante al acto mismo de contraer
la relación. En el acto del cambio de mercancías,
en su intercambio y en todo contrato
económico, etc., se contraen relaciones sociales que se
objetivan en estos actos. Los hombres se paran los unos frente a
los otros y asumen relaciones económicas, relaciones
económicas que son tan objetivas como las necesidades
mismas que se satisfacen en estos actos.

En séptimo lugar, el proceso histórico es,
a la par de objetivo, ideal. El hecho histórico es un
concepto objetivado, plasmado, solidificado, cosificado,
petrificado y sedimentado como sociedad. Cada voluntad en
acción es un concepto. El hombre, como voluntad, aspira a
realizarse como concepto. Al entrecruzarse las distintas
voluntades, se entrecruzan conceptos, de modo que el resultado
del choque de estos conceptos es un concepto
más.

Por ejemplo, cada capitalista procura sacar la mayor
ganancia posible del movimiento de su capital. Este
afán de lograr la mayor ganancia lo obliga a moverse a las
ramas de la economía de mayor rentabilidad.
Pero lo que hace él, lo hace otro. Con esto, la competencia
aumente y baja la cuota de ganancia en el ramo de la
economía en cuestión. Por ello, este afán de
lograr la mayor ganancia tiene como resultado la cuota de
ganancia general igual, o sea, la ganancia aproximadamente igual
para cada uno de ellos. Pero los capitalistas no se dan cuenta de
que el objetivo real de ese afán es, en definitiva, el
reparto proporcional en tanto por ciento de la plusvalía
global sobre el capital global (7). Pero la cuota media de
ganancia es un concepto más, es una idea más. Es el
verdadero concepto. Los participantes en este acontecimiento
deseaban algo diametralmente opuesto a lo logrado o, bien, lo
logrado acarreaba consecuencias absolutamente imprevistas. Pero
lo logrado es una circunstancia conceptual, circunstancia
conceptual que al menos en el seno del capitalismo
pre monopolista tiene la forma de ley. No es
concepto porque es el reflejo de lo real, sino que es concepto
porque lo que hacen los hombres es plasmarlo como concepto. Las
aspiraciones eran otras, pero lo logrado es un concepto
objetivado al estilo de lo aspirado. Eso bien lo sabe cada
capitalista que en cuanto su cuota de ganancia cae por debajo de
la media, emigra del ramo y sale a buscar su cuota media. Ya
entonces en esta sociedad capitalista la cuota media de ganancia
es un concepto más.

Notemos algo, los hombres, en tanto que clase social,
a veces se plantean metas históricas y salen a la
contienda, por medio de la lucha de clases, a realizar sus
aspiraciones. Así la burguesía alemana se
planteó la meta en el siglo XIX de la unificación
de los 36 estados alemanes en una sola nación.
En muchos casos, estas metas (conceptos) son realizables, de modo
que los resultados coinciden en mayor o menor medida con lo
deseado. Aquí, cuando lo deseado y lo obtenido concuerdan
más o menos aproximadamente, queda claro que el hecho
histórico es un concepto más. Se trata de la
realización colectiva de una aspiración. La lucha
de clases y sus resultados giran siempre sobre conceptos. Cada
revolución
trae en sus banderas escrito las metas que pretende alcanzar. Por
eso, en la lucha de clases queda claro que el hecho
histórico es siempre un concepto plasmado.

Pero el hecho histórico, que es –como
vimos- un concepto, no responde a una conciencia o voluntad
general. Detrás del hecho histórico, del concepto
que él representa, no hay una entidad espiritual situada
al margen o por encima del hombre. El hecho histórico es
un concepto; sí, pero no derivado de una conciencia supra
personal, de una voluntad supra individual. Es un concepto (el
hecho histórico) que se elabora a partir de la
confrontación de las muchas conciencias o voluntades
individuales.

La forma en que deviene el hecho histórico puede
ser variada. Puede ser el fruto de la convención social. Y
puede suceder que en un individuo
aislado surja una acción (idea), de modo que otros sujetos
la secundan y así deviene en forma de conducta
generalizada, con lo que la idea deviene en hecho
histórico. Aquí queda claro el carácter
ideal del hecho histórico. Pero lo más común
es que el hecho histórico, el concepto objetivado, surge
como fruto del choque de múltiples voluntades, aunque de
modo inconsciente.

Comúnmente se piensa que la idea (el concepto) es
fruto, sí y sólo sí, de la conciencia
individual. Donde hay ideas, se supone que hay consciencia al
estilo de la individual. Este punto de vista no es del todo
exacto. Primero, puede surgir sin estar presente en ninguna parte
la conciencia individual y, segundo, puede surgir del choque de
muchas conciencias individuales, pero no de una en
especial.

Si lo ideal surgió de lo natural, de lo material
es porque previamente no existía como tal y, sin embargo,
surgió. De modo que surgió primeramente de la
naturaleza y no de la conciencia individual. Aunque
después de surgida la conciencia individual puede surgir
de ésta (y no sólo puede, sino que surge). Suponer
que surge únicamente y por necesidad de la conciencia
individual es dar por sentado lo que se trata de demostrar. La
conciencia individual es ideal. Suponer que lo ideal (el
concepto) surge de la conciencia individual es suponer que el
concepto surge, únicamente y por necesidad, de lo ideal
(es decir, de la conciencia individual). Hay que suponer, por
tanto, que lo ideal surge previamente de lo material o natural y
sólo después surge de la conciencia individual. La
conciencia individual es el fruto mismo del surgimiento previo de
lo ideal. La conciencia individual es ideal. Primero tiene que
surgir lo ideal para que después surja la conciencia
individual. Debe darse previamente la acumulación
originaria de lo ideal. Sólo después deviene el
hombre con su conciencia para la producción de la idea.
Desde este punto de vista, la idea (el concepto) no tiene que
estar asociado directamente y por necesidad a la conciencia
individual para su aparición y producción. En la
historia se producen conceptos (ideas) que no son el fruto
directo de la conciencia individual. Pueden ser producidazos (los
conceptos) por la propia naturaleza en forma de
acumulación originaria.

Por otra parte, los conceptos pueden ser producidos por
el choque de las distintas conciencias individuales en forma de
una resultante histórica sin que sean el fruto directo de
una conciencia individual en particular. Por tanto, la idea (el
concepto) no es función
directa e inmediata de la conciencia individual en particular.
Puede surgir socialmente, en la acción mancomunada de
muchas conciencias individuales, en la interacción entre
estas conciencias individuales particulares (y pueden surgir
–como vimos anteriormente- de la propia naturaleza sin
estar presente aún la conciencia individual en
general).

Desde este punto de vista, la sociedad produce lo ideal
(los conceptos) al producir los hechos históricos. Cada
hecho histórico es un concepto más. Cada uno de
estos conceptos es el fruto, a su vez, de la actividad de la
sociedad, de la interacción entre los hombres.
¿Qué es la sociedad, cualquiera que esta sea? El
producto de la acción recíproca de los hombres
(15). ¿Y Cuál es el resultado de esta acción
recíproca? El hecho histórico. ¿Y
cuál es la naturaleza del hecho histórico? Es de
naturaleza ideal. Es otro concepto. Por tanto, la sociedad
produce lo ideal al producir la historia. Pero no la produce como
derivada directa e inmediata de la conciencia individual, sino
como resultante del choque de muchas voluntades, como producto de
la confluencia de muchas conciencias individuales.

Comúnmente los historiadores le prestan
más atención a lo hechos históricos
notables y se olvidan de los que diariamente se producen en el
terreno de la economía, que son los que en última
instancia marcan el curso de la historia. El hecho de que hallan
habido un Bismarck y un Garibaldi a la cabeza de los movimientos
políticos en Alemania e
Italia
respectivamente son hechos notables, pero estos hechos son
sólo la resultante, a su vez, de otros muchos hechos
más profundos. El desarrollo de las relaciones
capitalistas de producción en el siglo XIX en Alemania e
Italia preparó el terreno para la unificación
política de estas dos naciones. Sin estos hechos
económicos no hubiera sido posible los hechos
políticos. Cuando se estudia la historia hay que derivar
los hechos políticos, jurídicos, religiosos, etc.
de los económicos, y explicar la historia a partir de la
economía. La historia económica es la verdadera
historia de la sociedad.

Pero los hechos económicos son de naturaleza
ideal. Cada división del trabajo es una idea (concepto)
más. ¿En qué consiste la división del
trabajo (esta o aquella división del trabajo)? En arreglar
el trabajo conforme a una idea tanto en lo tocante al material y
el instrumento, como al producto o el trabajo mismo. Los hombres
asumen una actitud, una postura, una coordinación en relación a la forma
y proporción del trabajo. Esta postura es, por
definición, un concepto más. No importa que este
concepto se imponga en unos casos por la fuerza o, por el
contrario, por la persuasión. En todo caso, siempre es un
concepto. Las propias relaciones económicas son otros
tantos conceptos. ¿Qué es el valor, la
mercancía, el dinero,
etc., sino otros tantos conceptos? Son conceptos objetivados como
sociedad.

Señalemos lo siguiente. Carlos Marx coquetea con
el carácter ideal de las relaciones sociales, en
particular con el carácter ideal del valor. Casi lo
descubre. El nos dice: "estas formas –y aquí parece
que se refiere a la mercancía, el valor, el dinero, etc.-
son precisamente las que constituyen las categorías de la
economía burguesa. Son formas mentales aceptadas por la
sociedad, y por tanto objetivas, en que se expresan las
condiciones de producción de este régimen social de
producción históricamente dado" (19). Es decir,
reconoce que son "formas mentales", en otras palabras ideas. Pero
antes y después de decir esto, vuelve a la idea de que el
valor, la mercancía, el dinero, etc., son
"materializaciones" de trabajo humano y que, por tanto, estas
categorías (y las relaciones sociales que ellas
representan) son materiales. El mismo nos dice: "recordemos, sin
embargo, que las mercancías sólo se materializan
como valores en
cuanto son expresión de la misma magnitud social; trabajo
humano, que por tanto, su materialidad como valores es puramente
social" (19). Aquí, en la frase anterior, declara que el
valor es una relación social material. Marx descubre que
el valor es una relación social, pero lo considera
material porque en su momento el dinero (la
mercancía-dinero) era el oro y aquella,
la mercancía-dinero, no se había desprendido de su
cuerpo material; el oro. El mismo dice: "para simplificar, en
esta obra –se refiere a El Capital- partimos del supuesto
de que la mercancía-dinero es el oro" (19). Mientras que
la mercancía-dinero se identificaba con el oro, no era
posible descubrir el carácter ideal del valor (se trata
del valor de las mercancías). Si el dinero es la
mercancía que monopoliza la forma equivalencial del cambio
(porque todas las mercancías la reconocen como forma
equivalencial universal), y la mercancía que monopoliza en
la concreta esta forma es el oro; entonces el oro es la
mercancía-dinero por excelencia. Aún en 1944 el oro
era la mercancía-dinero por excelencia. En Bretton Woods
en EE.UU. el 27 de julio de 1944 se acordó que el
dólar fuera el dinero mundial, con un respaldo de 35
dólares por onza de oro. Según este acuerdo, 35
dólares y una onza de oro eran la misma cosa. El
dólar era otra forma de llamar al oro. Este acuerdo
obedecía a la necesidad de estabilizar la economía
mundial a raíz de la segunda guerra
mundial y las ideas fundamentales venían del
economista John Maynard Keynes.
Después de Bretton Woods, EE.UU. adquirió el
privilegio de emitir la moneda de reserva de la economía
mundial. El sistema funcionó más o menos bien hasta
los años 60, en que la economía de Estados Unidos
cae en crisis por la
guerra en
Vietnam. Las cosas cambiaron radicalmente en 1971. En esta fecha,
el presidente Nixon quitó el respaldo en oro del
dólar. Ya el dólar no era algo equivalente al oro.
Esta medida fue unilateral por parte de EE.UU. (21). Ahora
quedaba claro que el dinero, que ya no era el oro sino el papel
moneda, no era material sino ideal. ¿Qué quedaba en
pié del dinero si ya no era el oro? Un simple billete de
papel verde, que se fundamentaba y se respaldaba en la
credibilidad en el estado de Estados Unidos y en su
economía. Como puede verse del simple análisis,
esta credibilidad es una idea, un concepto más. Es, por
tanto, un acto ideal. ¿Qué es el dinero sino una
idea objetivada, plasmada, "cosificada" y petrificada como
relación social? Pero es una idea (un concepto) que si el
hombre renuncia a ella, entonces tiene que recomenzar por el
inicio de nuevo y volverla a reproducir necesariamente. Es una
idea, un concepto que el hombre reproduce todos los días
en el sistema de relaciones sociales. Por otra parte, si el
dinero (dígase el dólar) no es material, sino
ideal; entonces el valor (del cual el dinero es su
expresión más acabada) es ideal también.
Pero si el valor no es material (sino ideal), y si el valor es la
relación social fundamental de la sociedad moderna
(contemporánea); entonces el resto de las relaciones
sociales, que sobre el valor se levantan, también
serían ideales. Desde este punto de vista, el sistema de
las relaciones sociales es ideal. Marx no puede descubrir el
carácter ideal del valor, y con él el de las
relaciones sociales, por razones históricas. Sólo
después de 1971 y sólo después de que se
hizo evidente que este orden de cosas instaurado en 1971 era
estable se puede llegar a la idea de que el dinero, el valor,
etc. (y todas las formas de la economía burguesa) son
ideales.

El hecho histórico es, la mayoría de las
veces, un proceso, proceso que transcurre unas veces más
rápido y otras más lentamente. Estos conceptos (la
mercancía, el dinero, el valor, etc.) se imponen
lentamente, se van abriendo paso paulatinamente en la historia
económica de la humanidad. Pero, por muy lento que se
instauren, no pasan de ser hechos históricos. La historia
es siempre el realizarse de múltiples conceptos. Mirada
así la historia es el movimiento de lo ideal (del
concepto), ya no como una evolución general del
espíritu al estilo hegeliano; sino como un proceso
"natural", un proceso cuasi natural (al estilo de cómo lo
entiende Marx).

Notemos algo. Los hombres a veces no conforme con el
curso de esta historia se proponen deshacer esta historia, se
proponen (en particular) deshacerse de determinado concepto o de
determinados conceptos. Toda revolución social es un acto
que tiene la pretensión de corregir el curso de la
historia, de acomodar los conceptos (que han sido hechos
sociedad) al gusto (aspiraciones o deseos) de los participantes
(en esta revolución social). Así fue, por ejemplo,
la gran revolución
francesa. Los participantes en la gran revolución
francesa se plantearon como tarea (lo que aparecía en sus
consignas) lograr la igualdad, la fraternidad, la libertad, etc.
Sabemos a qué abocó la revolución en
cuestión, qué quedó de la igualdad, la
fraternidad y la libertad. El problema estriba en que cuando los
hombres se proponen deshacerse de determinado concepto, que ha
sido hecho sociedad, chocan con varias dificultades. En primer
lugar, tienen que desenhebrar, destejer, desenredar, etc., el
sistema de relaciones sociales. Y en segundo lugar, tienen que
desobjetivar, desplasmar, deshacer, etc., el concepto en
cuestión. Pero esto supone una dificultad adicional: la
necesidad de plasmar un concepto sustituto, un nuevo concepto, es
decir un concepto que sustituya la vacante del anterior concepto.
Todo concepto hecho sociedad es una fuerza productiva más.
Por eso hay que sustituir el concepto caduco por uno nuevo, por
un nuevo concepto que sea una fuerza productiva superior a la
anterior. De lo contrario surge el problema de retrotraer el
desarrollo de las fuerzas productivas a un peldaño
inferior. ¿Pero se puede plasmar u objetivar un concepto
sustituto en el lugar de la vacante de modo que sea un desarrollo
superior al alcanzado anteriormente por las fuerzas productivas?
La respuesta es: sí y no. Es "no", si se trata de una
negación nihilista; es "sí", si se trata de una
negación dialéctica.

Sólo se puede deshacer un concepto que ha sido
hecho sociedad retrotrayendo momentáneamente el potencial
de las fuerzas productivas creadas hasta el momento en
cuestión. Cada concepto hecho sociedad, como dijimos, es
una fuerza productiva más. De modo que para elevar el
desarrollo de las fuerzas productivas al nivel anteriormente
alcanzado, se tiene que por necesidad rehacer el concepto en
cuestión u otro concepto análogo. Sólo se
puede alcanzar un desarrollo semejante de las fuerzas productivas
si se rehace en esa dirección la lógica objetiva de
la historia. El desarrollo social
consiste en objetivar y solidificar un concepto tras otro en una
sedimentación consecutiva, de modo que se van sedimentando
en un proceso puramente histórico. El desarrollo ulterior
de la historia consiste en sedimentar sobre el punto de
referencia anterior (sobre el último concepto hecho
sociedad) un nuevo concepto. Es aquí donde entra a jugar
parte el proceso dialéctico.

El nuevo concepto, el concepto que habrá de
hacerse sociedad, deberá subsumir, superar, etc., es decir
eliminar a la manera hegeliana, la lógica precedente, o lo
que es lo mismo negarla. No se trata de eliminar de forma
nihilista un concepto, el concepto que ha sido hecho sociedad;
sino de superarlo, de negarlo dialécticamente. Se trata de
una negación donde el objeto (concepto) de negación
es condición, premisa y factor de nexo de lo nuevo con lo
viejo; dónde el objeto (concepto) negado es
condición, premisa y factor del desarrollo ulterior;
dónde el objeto (concepto) que niega deberá
contener como momento suyo el objeto (concepto) negado; y donde
el objeto (concepto) que niega deberá representar un
desarrollo superior en relación al objeto (concepto)
negado. El concepto que ya ha sido hecho sociedad, como fruto de
la lógica objetiva, no puede ser eliminado por un acto de
voluntad nihilista, por un acto caprichoso; sino que tiene que
ser eliminado dialécticamente. Véase como niega el
concepto de explotación burgués la servidumbre
feudal.

Notemos algo más. El último concepto, que
ha sido hecho sociedad, no podrá ser (también de
este modo) el último de una vez y para siempre, sino que
será necesariamente superado en un concepto ulterior y
así sucesivamente. No hay ni fin de la historia (en el
sentido de que no haya un concepto nuevo que pueda ser
sobrepuesto sobre el último concepto hecho sociedad) ni
violación de esta historia (en el sentido de que la
historia pueda ser desviada de esta lógica objetiva hacia
conceptos colaterales, hacia otro curso, etc.), es decir fin o
violación de esta lógica histórica, al menos
un fin o una violación sostenida de una vez y para
siempre. La sociedad siempre, tarde o temprano, regresa a su
curso normal, es decir a lo que es su lógica objetiva. La
historia trabaja y trabaja de forma objetiva y regular (sujeta a
ley) en un curso eminentemente dialéctico.

CONCLUSIONES

No se puede hacer una filosofía de la historia
sino se adhiere uno a una de las dos grandes concepciones de la
historia: la materialista o la idealista. Nuestro punto de vista
es el del materialismo, que tiene por fundamentales elementos los
puntos de vista del marxismo. El materialismo pre marxista
aportó poco a la concepción de la historia, una vez
que se traicionaba a sí mismo al asumir posiciones
idealistas en este terreno (suponía que los móviles
de la historia eran los móviles ideales inmediatos: la
pasión, la maldad, el bien, la justicia, etc., sin indagar
en los móviles de estos móviles). Lo que nosotros
añadimos aquí, en el terreno de la historia, es la
comprensión del proceso histórico como un
movimiento de lo ideal, del concepto, pero derivando este
concepto, en última instancia, de lo económico, y
entendiendo lo económico como un concepto más. En
ello no hay nada contrario al materialismo. Lo ideal es un
producto de la evolución de la materia, es su producto
supremo. La contraposición absoluta entre lo ideal y lo
material tiene significado sólo en el ámbito del
problema fundamental de la filosofía (22). Fuera de
aquí lo ideal no es otra cosa que una propiedad más
de la materia. No se puede comprender la historia de otro modo
que no sea entendiendo a fondo el problema de lo ideal. La
comprensión cabal de la historia nos lleva a la
comprensión de la historia como un movimiento de lo
ideal.

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    Editorial Progreso. Moscú. 1979. Páginas
    152-153.

 

 

 

Autor:

Evelio Pérez Fardalez

BREVE BIOGRAFÍA DEL AUTOR: Mi nombre es
Evelio A. Pérez Fardalez. Nací en Sancti
Spíritus, Cuba. Mis
estudios iniciales fueron de economía industrial en la
Universidad
Central de Las Villas. Más tarde de ocupé de la
filosofía, de la que me gradué en 1984 en la
Universidad Estatal de Moscú. Soy, actualmente, profesor de
filosofía del Instituto de Medicina de
Sancti Spíritus, Cuba.

Sancti Spíritus, Cuba. 21 de mayo de
2008

Partes: 1, 2
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